La imagen es inolvidable: un 28 de agosto de 2005, en pleno clásico platense, José Luis Calderón metía el último gol en el “Jorge Luis Hirschi”. Una semana después, un tablón cedía, el municipio clausuraba y Estudiantes se quedaba sin casa. Lo que siguió fue una peregrinación de 14 años. Por canchas prestadas y tribunas que no se sentían de la misma manera. Hasta que el 9 de noviembre de 2019, la familia “pincha” volvió a UNO. Y lo hizo con un espacio que es un modelo de gestión deportiva, social y ambiental.

“Yo soy uno de los arquitectos que construyó el estadio... y soy hincha de Estudiantes”, dice Fernando Becerra, en diálogo con LA GACETA. Hoy es el director de infraestructura del club, pero en su momento, cuando lo llamaron para dirigir la obra, dejó todo. “Terminé los proyectos que teníamos en el estudio y me dediqué de lleno a esto”, recuerda.

Y cómo no hacerlo. Se trataba de identidad. De recuperar el templo.

La elección de volver a casa

Durante años se discutió si el Estadio Único de La Plata podía ser la solución para los dos clubes de la ciudad. Era un estadio moderno, gubernamental, neutral. Pero la historia no fue por ahí. Y en esa bifurcación, el “Pincha” tomó una decisión que marcó un antes y un después. “El Único es del Estado. No podés crecer en lo que no es tuyo. No podés poner un bar, hacer reformas, pensar a largo plazo”, explica Fernando. Y agrega algo clave: “Un club no es únicamente fútbol. Tiene cultura, tiene comunidad. Cada hincha necesita su espacio”.

Estudiantes decidió reconstruir el suyo. No fue fácil. Hubo trabas económicas, permisos, años de espera, presidencias que se sucedieron. Pero el proyecto no se cayó. “Lo bueno que tuvo Estudiantes fue que siempre hubo una sola dirección. Cuando llegó Sebastián (Verón), fue la frutillita del postre. Le dio el último empujón”, dice Becerra.

Y ese empujón se notó. El nuevo estadio costó 45 millones de dólares. 25 salieron durante la gestión Verón en 2015, otros cinco se obtuvieron mediante un préstamo del Banco Itaú, y el resto fue con recursos genuinos: la venta de jugadores formados en inferiores, el verdadero motor de la economía “pincha”.

Lo que nació fue el primer estadio del mundo en obtener la certificación ambiental EDGE, otorgada por la Corporación Financiera Internacional del Banco Mundial. Este sello verde fue consecuencia de una reducción real del 20% en el consumo de agua, energía y materiales.

“Queríamos algo más”, explica Becerra. “Se nos bajó una línea clara desde la dirigencia: había que innovar, hacer algo distinto. Y también concientizar. Que el estadio sea un espectáculo, no un campo de batalla. Por eso no tenemos alambrados, ni vidrios que separen a la gente del juego”, cuenta.

El “UNO” tiene iluminación 100% LED, energía solar y eólica, recuperación de agua de lluvia, espacios adaptados para personas con discapacidades y hasta auriculares para personas no videntes que quieran seguir el relato. Hay caminos podotáctiles, baños accesibles, lugares de inclusión. Y hay una idea: que el estadio se viva los 365 días del año.

En un país donde muchos clubes pelean por subsistir, Estudiantes convirtió su estadio en una usina de actividades sociales, culturales y deportivas. Tiene un bar temático, un paseo gastronómico, cajeros automáticos, una terraza con vista al bosque platense, pileta olímpica, microestadios, gimnasio, museo y una plataforma propia de streaming: Estudiantes Play.

“Se trataba de volver a habitar el lugar”, dice Fernando. “Hoy en el estadio hay recitales, partidos de rugby, ferias, boxeo, vóley, básquet… hasta fiestas electrónicas”, cuenta con entusiasmo, “siempre hay algo pasando”, indica. Y así se vive ahora, con este amistoso entre Los Pumas e Inglaterra que vuelve a poner a UNO en el centro de la escena.

En cada partido, el club reparte bolsitas de residuos para que los hinchas tiren su basura. “Lo llamamos limpieza japonesa. Cuando termina el partido, dirigentes, hinchas, todos colaboran con la limpieza. Y eso también es cultura”, afirma. La frase parece menor, pero encierra una idea: la de un club que se construye desde el compromiso colectivo.

“Todos los días pensamos cómo mejorar”, dice Becerra. Aunque reconoce que el motor económico no siempre acompaña. “Hoy estamos buscando nuevos ingresos para seguir creciendo. Algunas ideas no las puedo contar todavía, pero la intención está”, desliza. La mirada sigue puesta en el futuro, aunque el presente ya sea ejemplo.

Gestión que funciona, no se toca

Cuando se le pregunta por el modelo de gestión de Verón, responde con naturalidad. “Acá cada área tiene lo suyo. Nadie se mete donde no le corresponde. Eso ordena. Y todos tiran para el mismo lado”, afirma.

Es una visión cercana a la gestión empresarial, pero sin perder la mística del club de barrio. Y es eso, justamente, lo que hoy hace que Estudiantes sea observado desde otros clubes. “¿Qué sueños quedan?”, le pregunta LA GACETA ya sobre el final. “Ser campeones de todo. No solo de la Libertadores. Del ping pong, del truco, de lo que venga. Siempre soñamos al máximo”, responde entre risas.

No es únicamente tener un estadio de punta. Tampoco levantar medallas por certificaciones. En UNO conviven decisiones estratégicas, diseño arquitectónico, gestión sustentable y una idea clara de pertenencia. La historia de Estudiantes con su estadio dice algo más que lo obvio: que cuando un club se toma en serio su proyecto, lo puede sostener más allá de los nombres y del contexto.

Y eso, en el fútbol argentino, no es poca cosa.